Gramajo, Martín (UNRC)
Luna, Sabina (UNRC).
Eje Temático: Formas Políticas
En su texto el Odio a la democracia (2007) Ranciere da cuenta que, en la práctica política contemporánea, si bien Occidente se dice democrático, entra en una constante contradicción. Esto se puede contemplar en la reacción que generan el surgimiento de nuevas minorías que comienzan a luchar porque se le reconozca determinado derecho, en la sociedad. Sería lógico que, para quien participa de un sistema democrático, tendría que estar a favor de este tipo de manifestaciones sociales. Sin embargo ocurre todo lo contrario. En las sociedades contemporáneas, ante el avance de nuevas minorías, se genera un rechazo y un odio hacia ellos, que muchas veces resulta desproporcionado. Este odio, dice el autor, no es algo novedoso, sino que tiene su origen en el mismo nacimiento de la democracia. Platón tenía un rechazo total de este Régimen político, principalmente por el odio a la propuesta de la democracia de que todos seamos iguales, es decir, que no exista en verdad un título nobiliario que legitime el acceso al poder de una minoría determinada y que la democracia sea un sistema político que se mueva, no a partir del “orden y la justicia”, sino a partir del capricho del pueblo. Pero sobre todo, dice Ranciere, el odio es generado (y aún se genera) por el hecho de que la democracia deja en evidencia lo verdadera dimensión de la política, lo que el autor llama el desacuerdo (Ranciere, 2007). Partiendo de este análisis podemos ir un poco más lejos aún. Consideramos que el rechazo y odio que se produce no sólo tiene que ver por dejar en descubierto la verdadera situación de la política, sino que también por una cuestión ética: La democracia impide en primera instancia, que yo pueda disponer de la vida del Otro, de utilizarla como instrumento, como utensilio a mi mano. La democracia pone en jaque mi potencia ya que la presencia y el reconocimiento del Otro hace, como sostiene Levinas, que mi espontaneidad sea cuestionada. La impotencia que genera el hecho de reconocer que no tengo potestad sobre la vida del Otro, cuando pensaba que era un objeto para mi posesión, genera un odio terrible, capaz hacer buscar al patrón una forma para eliminar aquello que no se somete a su voluntad. Pero aquí ya entramos en el campo de otra forma de gobierno, a la cual se denomina Totalitarismo. De este modo, creemos que es posible pensar que la democracia para no convertirse en otro régimen político, debe tener como punto de partida la responsabilidad para con la vida del Otro, en el reconocimiento de la alteridad como algo totalmente distinto del Yo, pero en relación con él. En última instancia, una democracia que no justifique a partir de sus principios, el aniquilamiento del Otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario