domingo, 26 de abril de 2015

El uso de la metáfora en la disputa por los discursos políticos

VI Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea - 2015
El uso de la metáfora en la disputa por los discursos políticos
Magíster Gerardo Torres (Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Comahue) 
Resumen
El valor retórico y simbólico del decir tiene un significativo alcance en los discursos políticos. Sea éste auténtico o no, se convierte en un elemento mistificador de convicciones y propuestas políticas que tienen como destinatarios a numerosos actores sociales dentro de formaciones estatales cada vez más complejas. En estas, el poder político encaramado en el Estado, la oposición política, los grupos de presión de muy diversa índole como parte de las organizaciones no gubernamentales o paragubernamentales, son interdependientes y no pueden existir unos sin los otros salvo que hablemos de estados totalitarios de cualquier cuño. Simultáneamente a esta interdependencia asociativa, los mismos compiten entre si por numerosos e intrincados objetivos a lograr que son propuestos desde el discurso, aunque en este trabajo estemos observando específicamente el discurso político. La necesidad de transformar mensajes en palabras es innegable pero el mundo contemporáneo presenta lo que Cullen ha denominado una “retirada de la palabra” en la crisis ético-cívica que nos envuelve, lo que provoca malestar, indiferencia y/o incredulidad en cuanto a los desvalorizados discursos políticos que se transforman en dobles discursos. Este nuevo tipo del decir es contradictorio, ambiguo, encubridor y requiere una interpretación, más bien, una constante reinterpretación que vuelva a significar lo que en principio se asemeja sólo a un conjunto de mediocres expresiones lingüísticas.
Ahora bien: ¿tiene el discurso político un único destinatario, el ciudadano representante o representado, reflexivo y autónomo, como se ha pensado inicialmente? En esta opción se encuentran numerosos autores liberales y republicanos clásicos tales como Locke o Kant dentro de la primera corriente ideológica, o como Paine o Rousseau dentro de la segunda. Numerosos filósofos y políticos que vivieron dentro de las sociedades y los estados emergentes de lo que se ha dado en llamar –no sin ser la siguiente denominación una metafórica manifestación de principios- “las tres grandes revoluciones”, creyeron con entusiasmo y hasta con alguna ingenuidad, que la llamada “Gloriosa Revolución” en la Inglaterra del Siglo XVII y las revoluciones francesa y estadounidense del Siglo XVIII provocarían la plena libertad individual y socio-política, siendo la palabra más que un instrumento, un valor ético-político cuando se tratare de algo substancial a la evolución de los pueblos como ser el diálogo, el pacto, el contrato, la ley escrita. Finalmente no ha sido sólo el ciudadano representante o representado reflexivo y autónomo, el único destinatario del discurso político, atendiendo éste a numerosos frentes de acción. Además, ¿existió “el ciudadano” considerado así, casi como una entidad homogénea y unificada, aporía en relación a la libertad individual? Hay otros actores individuales y sociales que merecen elogios, diatribas, amenazas o promoción en los discursos políticos según el proceso en ciernes, según convenga a la ocasión. Tantos actores socio-políticos como la sociología política identifica en torno a compleja vida en común contemporánea.
Hace ya tiempo y cada vez con mayor velocidad se da la existencia de un nuevo tipo de discursos políticos contradictorios, ambiguos, encubridores, que reinterpretan cuantas veces sea necesario el sentido de sus contenidos. Pero la novedad radica en que la reinterpretación no sólo es producto de los analistas clásicos, aquellos modelizados en el acto de lector (Gende, C. E., ob.cit.pág.121) aunque sean adeptos incondicionales a tales discursos. Los mismos expositores son quienes reinterpretan sus discursos otorgándoles un cúmulo de excedentes de sentidos, acomodando estos a la ocasión y a los intereses factuales y momentáneos.
El vaciamiento del discurso político no sólo lo encontramos en la pobreza y mediocridad del mismo, también lo hallamos en la falta de marcos conceptuales claros, que indiquen la existencia de proyectos comunes de vida, en la falta de argumentaciones razonablemente fundadas que expliquen propósitos y objetivos. Y los seguimos encontrando en la “astuta razón” manipuladora que se expresa a partir del lenguaje.
La retórica discursiva se vuelve en muchas ocasiones falaz y necesita, para lograr una eficiente comunicación, a la metáfora. Con la misma, el tándem “quién dice y quién interpreta lo que se dice” va dando distintos sentidos al lenguaje, permitiendo crear y recrear nuevos sentidos discursivos por fuera de sus contenidos literales, expresivos, descriptivos e ideológicos. Y también se puede afirmar que la metáfora no sólo “devela” aquello que es cierto en el discurso político, si no que lo oculta de acuerdo a intereses y manipulaciones en esta notable esfera del mundo de la vida. Desde esta esfera, las metáforas no son neutras ni propias de una retórica que pretende embellecer el lenguaje porque se encuadran en estrategias lingüísticas que determinan ideas acerca del estado, de la sociedad, del mercado, del opositor. Y no siendo neutras, objetivas ni “apolíticas” las metáforas, las mismas se encuadran –pocas veces- en concepciones ideológicas o –muchas veces- en seductores recursos instrumentales de propaganda.

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