Hegemonía, autonomía y la espinosa cuestión de las subjetividades políticas
Matías L. Saidel (UNR - Doctorado Istituto Italiano di Scienze - Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea)
Matías L. Saidel (UNR - Doctorado Istituto Italiano di Scienze - Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea)
Eje Temático:
En las últimas décadas asistimos a un doble proceso de debacle de las escatologías seculares y de reemergencia de un pensamiento político esbozado en clave ontológica que se interroga por las posibilidades de una política emancipatoria en el marco del triunfo neoliberal. Dentro de ese panorama, reformulando el problema de la política y de la subjetividad en una revisión crítica de/desde la tradición marxista, surgieron distintos diagnósticos y propuestas teóricas entre las cuales, por razones de espacio, nos limitaremos a discutir dos: aquella, representada fundamentalmente por Ernesto Laclau, que postula a la construcción hegemónica de una subjetividad popular como antagónica al poder como condición de la política y aquella, presente en el pensamiento post-obrerista, que celebra las posibilidades de una política autónoma respecto de cualquier forma de trascendencia, incluso políticamente construida.
En el primer caso, se elabora una noción de populismo que parte de una ontología fundamentalmente inspirada en el análisis del discurso, la retórica y el psicoanálisis, que entiende a la sociedad como un sistema relacional de diferencias donde una dislocación constitutiva impide cualquier cierra definitivo, donde toda sutura es hegemónica y por ende parcial, fallida, donde toda universalidad está contaminada por una particularidad. Esta teoría parte de la noción de demanda como unidad mínima de constitución de grupos e identidades sociales y es a partir de la equivalencia entre diferentes demandas que piensa la posibilidad de una frontera antagónica al interior del espacio social. Además, destaca el rol del investimento afectivo en un significante vacío como condición de posibilidad de la hegemonía. Como argumentaremos, este tipo de teoría supone que la intervención política se da a partir de una falta que la política debe, pero no puede, colmar. Y, a su vez, la política es entendida siempre en términos de una representación hegemónica de la totalidad, donde un particular encarna contingentemente el rol de lo universal.
En el segundo caso, nos enfrentamos a una noción de multitud cuyos presupuestos ontológicos se inspiran en una noción de producción biopolítica que renuncia a pensar la necesidad de articulación de una multiplicidad en una totalidad que la trascienda. La universalidad es considerada como un punto de partida hacia procesos de singularización y articulaciones reticulares, rizomáticas entre singularidades. En ese marco, se parte del presupuesto de que no es la carencia lo que moviliza a la acción política sino un deseo al que nada le falta y que produce el ser. El antagonismo no debe ser construido a partir de operaciones discursivas porque emerge inmanentemente de la expropiación de lo común que las fuerzas reactivas-trascendentes, los aparatos de captura ejercen sobre las fuerzas activas de la multitud postfordista. En ese marco, esta corriente teórica sostiene que es en la misma cooperación social entre subjetividades productoras que se van tejiendo y desarrollando las condiciones para una autonomización progresiva de la multitud respecto a los poderes dominantes, haciendo propicio el terreno para un acontecimiento revolucionario.
La discusión que propondré buscará pensar alcances y límites de ambas perspectivas —reactualizar los debates que evocan— sin asumir que alguna de ellas es la que pueda proveer una respuesta definitiva a los atolladeros teóricos y políticos en los que estamos sumidos.
En el primer caso, se elabora una noción de populismo que parte de una ontología fundamentalmente inspirada en el análisis del discurso, la retórica y el psicoanálisis, que entiende a la sociedad como un sistema relacional de diferencias donde una dislocación constitutiva impide cualquier cierra definitivo, donde toda sutura es hegemónica y por ende parcial, fallida, donde toda universalidad está contaminada por una particularidad. Esta teoría parte de la noción de demanda como unidad mínima de constitución de grupos e identidades sociales y es a partir de la equivalencia entre diferentes demandas que piensa la posibilidad de una frontera antagónica al interior del espacio social. Además, destaca el rol del investimento afectivo en un significante vacío como condición de posibilidad de la hegemonía. Como argumentaremos, este tipo de teoría supone que la intervención política se da a partir de una falta que la política debe, pero no puede, colmar. Y, a su vez, la política es entendida siempre en términos de una representación hegemónica de la totalidad, donde un particular encarna contingentemente el rol de lo universal.
En el segundo caso, nos enfrentamos a una noción de multitud cuyos presupuestos ontológicos se inspiran en una noción de producción biopolítica que renuncia a pensar la necesidad de articulación de una multiplicidad en una totalidad que la trascienda. La universalidad es considerada como un punto de partida hacia procesos de singularización y articulaciones reticulares, rizomáticas entre singularidades. En ese marco, se parte del presupuesto de que no es la carencia lo que moviliza a la acción política sino un deseo al que nada le falta y que produce el ser. El antagonismo no debe ser construido a partir de operaciones discursivas porque emerge inmanentemente de la expropiación de lo común que las fuerzas reactivas-trascendentes, los aparatos de captura ejercen sobre las fuerzas activas de la multitud postfordista. En ese marco, esta corriente teórica sostiene que es en la misma cooperación social entre subjetividades productoras que se van tejiendo y desarrollando las condiciones para una autonomización progresiva de la multitud respecto a los poderes dominantes, haciendo propicio el terreno para un acontecimiento revolucionario.
La discusión que propondré buscará pensar alcances y límites de ambas perspectivas —reactualizar los debates que evocan— sin asumir que alguna de ellas es la que pueda proveer una respuesta definitiva a los atolladeros teóricos y políticos en los que estamos sumidos.
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