De vitrinas y vertederos
Jesús Suaste Cherizola (Filosofía, Universidad Autónoma del Estado de Morelos, UAEM - Maestría en Filosofía, UNAM)
Eje temático: Estética y Política
El basurero como una distribución de lo sensible. Es decir, como un asunto concerniente a la repartición de las partes de la comunidad. En los términos de Jacques Rancière, podríamos preguntarnos: ¿de qué partición de lo sensible es índice este desierto de desechables?
El presente texto busca aislar ciertos rasgos fundamentales de nuestra era a partir de dos acontecimientos singulares y marginales: la producción masiva de desechables y su acumulación en vertederos. Pondremos a prueba la hipótesis de que estos dos fenómenos son consustanciales y reveladores del sistema productivo contemporáneo –en este resumen ha de bastarnos un solo ejemplo: recientemente se reportó la existencia de un séptimo continente en el océano pacífico, una masa de basura plástica flotante cuya extensión duplicaría la de los Estados Unidos; se trata, creemos, del primer territorio creado –que no colonizado– palmo a palmo por la producción capitalista–. Tales objetos insignes, pues, serán nuestros puntos de partida.
En primer lugar. Un inmenso tiradero de basura: ¿no es éste un sitio privilegiado para repetir esa pregunta que Michel Foucault supo oponer a la evidencia de las clasificaciones que nos organizan, incluso aquellas cuya edad y familiaridad las colocan más allá de nuestras sospechas habituales? Un tiradero de basura, ese páramo en el que yacen tantas cosas semejantes y desiguales, ¿no es él el producto de un muy particular sistema agrupación y discriminación de los objetos? El hecho es que nuestra sociedad ha inaugurado combinaciones inéditas en la historia: ríos de excremento; lagos como contenedores; cerros de desechables. Por un lado ¿qué semejanza agrupa tantos desperdicios distintos, qué criterio los subsume y permite así su coexistencia lado a lado? Y por otro ¿de qué los diferencia: con arreglo a qué valores instituimos la categoría de los desperdicios; si se quiere: qué voluntad de segregación los deporta, en masa, lejos de nuestras ciudades? El basurero, en fin, es la materialización de una clasificación no menos asombrosa que la que elucubra el ficcionista Borges.
O bien: habría que comenzar como Marx, pero exactamente en el sitio inverso: “en las naciones en que domina el régimen de producción capitalista, la riqueza de las naciones se nos presenta como un enorme cúmulo de desechables que llamamos basurero.” La paráfrasis entraña un gesto doble: es a la vez de aproximación y desplazamiento; la puesta a resguardo bajo el marco categorial marxista, pero también el esfuerzo por abandonarlo o llevarlo un paso más lejos. De la mercancía nos deslizamos hacia el desechable. No partiríamos ya del objeto consumible, sino de ese remanente inutilizable que deja tras de sí el consumo. En el primer caso se trata de la plusvalía: tiempo de más. Aquí, del desperdicio: consumo de menos.
La distancia que separa estos lugares tal vez sea indicativo de la distancia que media entre la era de Marx y la nuestra; un índice de los progresos del capital. Trataríamos de mostrar que en la era de los desechables el capitalismo se aproxima más a su concepto. En ella la improductividad del capital se nos brinda en su desnudez: las cosas del mundo –incluidos los trabajadores– son producidas directamente como desechables. No es que nuestro régimen de producción de la vida tenga como efecto no deseado la producción de los desperdicios; se trata de la producción de la vida como desperdicio; se trata de la vida como desechable: bajo su forma, según su ley, su tiempo y su destino. El basurero es la verdad de los aparadores.
En el supermercado todavía se nos escapa la verdad del sistema capitalista. Las mercancías allí son demasiado joviales y luminosas como para exhalar alguna sabiduría; los carteles y las televisiones se empeñan en hablar por ellas. Muy otra cosa sucede en el tiradero: el silencioso crepúsculo de las mercancías; un camposanto desde el que nos hablan serenamente. Allí situados, vemos al portentoso capitalismo reducido a sus líneas más esenciales.
En fin, un inabarcable tiradero de basura, al atardecer. Casi desértico, habitado apenas por una tribu de recolectores mudos. Es el fantasma del capitalismo.
A manera de ilustración:
Mercancías, antes y después del consumo
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