2-Políticas de lo posthumano
Coordina: Silvana Vignale (INCIHUSA CONICET / UDA)
silvanavignale@hotmail.com
Nos proponemos en este eje problematizar en torno a políticas de lo posthumano. Por una parte, mediante lo que puede ser una revisión crítica respecto de la configuración de nuestra subjetividad, en cuanto responde a la figura del “hombre”. Por otra, mediante un desplazamiento hacia políticas de lo posthumano.
La figura del “hombre”, propia de los humanismos, se presenta bajo la distinción y jerarquía respecto de los otros vivientes y de la naturaleza, de la racionalidad por sobre lo corpóreo, conceptualizado como “individuo” y “persona”, o “varón, blanco y propietario”. El humanismo es reconocido como un movimiento intelectual desarrollado en Europa, en los siglos XIV y XV, que se convirtió en una bisagra respecto de las tradiciones escolásticas medievales, exaltando las características de una supuesta “naturaleza humana”. Queremos problematizarlo además como un tipo de a priori en torno del cual se produce la subjetividad humana, y cuyos efectos son domesticadores (en términos de Nietzsche, por ejemplo), en la medida en que ha negado el cuerpo, los instintos, las pasiones y nuestra animalidad. Esta revisión implica un desplazamiento hacia lo posthumano y el cuestionamiento ético y político respecto del sojuzgamiento de lo viviente animal, incluyendo lo animal en el hombre (los instintos, el cuerpo); así como a las consecuencias de las políticas científicas y tecnológicas de nuestra contemporaneidad respecto del medioambiente. Abrimos así la posibilidad de pensar en nuevas formas de subjetividad y de vivir-con-otros en nuestro mundo.
Nos proponemos debatir en torno a los estudios posthumanos, con atención a giros que se han producido en el último siglo en el pensamiento contemporáneo. El giro animal, el giro ontológico, el giro tecnológico, los trabajos en torno al denominado “antropoceno”, los ecofeminismos, expresan la necesidad de repensarnos como vivientes animales, descentrando el privilegio de nuestra racionalidad, así como el privilegio ontológico del hombre respecto de la naturaleza y apuntando con ello a la posibilidad de pensar en otras maneras de vivir en el mundo y a nuevas formas de vida más armónicas y menos crueles, en una nueva ética y política de lo viviente.
Al respecto, Rosi Braidotti (2013) considera la condición posthumana, “como una oportunidad para incentivar la búsqueda de esquemas de pensamiento, de saber y de autorrepresentación alternativos respecto de aquellos dominantes. La condición posthumana nos llama urgentemente a reconsiderar, de manera crítica y creativa, en quién y en qué nos estamos convirtiendo en ese proceso de metamorfosis”. Metamorfosis que también pone en cuestión lo orgánico, en la medida en que la relación entre la naturaleza y la técnica abre también la posibilidad de cuerpos atravesados por la técnica, como lo es la figura del cyborg, y con ello de nuevas figuras que no se reducen a la identidad o géneros asignados por las concepciones humanistas y de la tradición metafísica.
En cualquier caso, se trata de problematizar la separación de lo humano y lo no humano, en la medida en que se convirtió en una de las garantías de aquel a priori humanista. Como lo señala Bruno Latour (2007) la constitución moderna separa lo humano de lo no humano, mientras detrás de bambalinas proliferan los híbridos. Se trata de la modernidad fundada en la garantía de la no humanidad de la naturaleza, por una parte; y en la humanidad de lo social, por la otra, como dos tramas del mismo gobierno, que invisibilizan y hacen impensable la mediación entre lo humano y lo no humano. Como lo señala también Donna Haraway (2017), los cuerpos –humanos y no humanos– “son separados y reunidos en procesos que hacen de la seguridad de sí mismo y de las ideologías humanistas y organicistas malos guías para la ética y la política, y más aún para la experiencia personal”.
En un mismo sentido a lo último expresado, podemos considerar que el hombre también nace en el ejercicio deliberado del olvido de la mirada animal: no solo de nuestra mirada oblicua, que da vuelta el rostro ante el sufrimiento animal por parte de nuestra asimilación carnívora, experimental, doméstica y de desprecio respecto de nuestra centralidad humana; sino también de la mirada animal sobre nosotros. El no ha lugar de la mirada animal instaura nuestra humanidad, constituye lo que nos hace propiamente humanos. La mirada antropocentrada del humanismo nos impide vernos vistos por el animal, como lo señala Jacques Derrida (2008).
Un diagnóstico del presente nos sitúa, además de lo ya expresado, en un escenario dramático en torno a nuestra vida y futuro en la Tierra, debido al colapso ambiental por los modos de consumo que hemos desarrollado, fundamentalmente desde los modos de producción capitalista, donde se manifiesta que la influencia del comportamiento humano sobre la Tierra en las últimas décadas ha sido tan significativa como para implicar transformaciones en el nivel geológico que han traspasado ya el umbral de irreversibilidad, y donde la pandemia puede considerarse un ejemplo de un accidente “normal” en la era del tecnoceno (Costa, 2021).
Por lo tanto, la inquietud es por un nuevo mundo y por nuevas formas de vida. Recientemente Judith Butler (2020) se preguntaba, a propósito de un mundo habitable y de una vida vivible, en qué momento se hizo posible imaginar la propia vida como algo separado, lo que hace posible preguntarse ¿qué hacer? y ¿cómo vivir mi vida? Nos preguntamos con ella si son posibles estas preguntas por fuera de un pensamiento binario que nos divide por géneros y especies, que introduce en nosotros mismos un corte entre el alma y el cuerpo. Si acaso no debiéramos situar esas preguntas en el margen de un concepto de vida no individual, de una vida que no se restringe a la vida personal, sino de esa potencia que nos atraviesa y se singulariza en cada uno de nosotros, que viene de otros cuerpos y de otras partes, y que a su vez se prolongará en la desintegración del cuerpo. Emanuele Coccia (2021) expresa sobre esto último que se trata de la metamorfosis de la vida, para lo cual es necesario también considerar que no hay una oposición entre lo viviente y lo no-viviente. Asumir una continuidad entre lo viviente y lo no-viviente, superar la distinción entre lo humano y lo no humano, nos coloca respecto a nueva ética, y a una nueva forma del cuidado, a inventar nuevos mundos en los que vivir.
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