VI Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea - 2015
El uso de la metáfora en la disputa por los discursos políticos
Magíster Gerardo Torres (Facultad de Derecho y
Ciencias Sociales, Universidad Nacional del
Comahue)
Resumen
El valor retórico y
simbólico del decir tiene un significativo alcance en los discursos
políticos. Sea éste auténtico o no, se convierte en un elemento
mistificador de convicciones y propuestas políticas que tienen como
destinatarios a numerosos actores sociales dentro de formaciones
estatales cada vez más complejas. En estas, el poder político
encaramado en el Estado, la oposición política, los grupos de
presión de muy diversa índole como parte de las organizaciones no
gubernamentales o paragubernamentales, son interdependientes y no
pueden existir unos sin los otros salvo que hablemos de estados
totalitarios de cualquier cuño. Simultáneamente a esta
interdependencia asociativa, los mismos compiten entre si por
numerosos e intrincados objetivos a lograr que son propuestos desde
el discurso, aunque en este trabajo estemos observando
específicamente el discurso político. La necesidad de transformar
mensajes en palabras es innegable pero el mundo contemporáneo
presenta lo que Cullen ha denominado una “retirada de la palabra”
en la crisis ético-cívica que nos envuelve, lo que provoca
malestar, indiferencia y/o incredulidad en cuanto a los
desvalorizados discursos políticos que se transforman en dobles
discursos. Este nuevo tipo del decir es contradictorio, ambiguo,
encubridor y requiere una interpretación, más bien, una constante
reinterpretación que vuelva a significar lo que en principio se
asemeja sólo a un conjunto de mediocres expresiones lingüísticas.
Ahora bien: ¿tiene el
discurso político un único destinatario, el ciudadano representante
o representado, reflexivo y autónomo, como se ha pensado
inicialmente? En esta opción se encuentran numerosos autores
liberales y republicanos clásicos tales como Locke o Kant dentro de
la primera corriente ideológica, o como Paine o Rousseau dentro de
la segunda. Numerosos filósofos y políticos que vivieron dentro de
las sociedades y los estados emergentes de lo que se ha dado en
llamar –no sin ser la siguiente denominación una metafórica
manifestación de principios- “las tres grandes revoluciones”,
creyeron con entusiasmo y hasta con alguna ingenuidad, que la
llamada “Gloriosa Revolución” en la Inglaterra del Siglo XVII y
las revoluciones francesa y estadounidense del Siglo XVIII
provocarían la plena libertad individual y socio-política, siendo
la palabra más que un instrumento, un valor ético-político cuando
se tratare de algo substancial a la evolución de los pueblos como
ser el diálogo, el pacto, el contrato, la ley escrita. Finalmente no
ha sido sólo el ciudadano representante o representado reflexivo y
autónomo, el único destinatario del discurso político, atendiendo
éste a numerosos frentes de acción. Además, ¿existió “el
ciudadano” considerado así, casi como una entidad homogénea y
unificada, aporía en relación a la libertad individual? Hay otros
actores individuales y sociales que merecen elogios, diatribas,
amenazas o promoción en los discursos políticos según el proceso
en ciernes, según convenga a la ocasión. Tantos actores
socio-políticos como la sociología política identifica en torno a
compleja vida en común contemporánea.
Hace ya tiempo y cada vez con
mayor velocidad se da la existencia de un nuevo tipo de discursos
políticos contradictorios, ambiguos, encubridores, que reinterpretan
cuantas veces sea necesario el sentido de sus contenidos. Pero la
novedad radica en que la reinterpretación no sólo es producto de
los analistas clásicos, aquellos modelizados en el acto de lector
(Gende, C. E., ob.cit.pág.121) aunque sean adeptos incondicionales a
tales discursos. Los mismos expositores son quienes reinterpretan sus
discursos otorgándoles un cúmulo de excedentes de sentidos,
acomodando estos a la ocasión y a los intereses factuales y
momentáneos.
El vaciamiento del discurso
político no sólo lo encontramos en la pobreza y mediocridad del
mismo, también lo hallamos en la falta de marcos conceptuales
claros, que indiquen la existencia de proyectos comunes de vida, en
la falta de argumentaciones razonablemente fundadas que expliquen
propósitos y objetivos. Y los seguimos encontrando en la “astuta
razón” manipuladora que se expresa a partir del lenguaje.
La retórica discursiva se
vuelve en muchas ocasiones falaz y necesita, para lograr una
eficiente comunicación, a la metáfora. Con la misma, el tándem
“quién dice y quién interpreta lo que se dice” va dando
distintos sentidos al lenguaje, permitiendo crear y recrear nuevos
sentidos discursivos por fuera de sus contenidos literales,
expresivos, descriptivos e ideológicos. Y también se puede afirmar
que la metáfora no sólo “devela” aquello que es cierto en el
discurso político, si no que lo oculta de acuerdo a intereses y
manipulaciones en esta notable esfera del mundo de la vida. Desde
esta esfera, las metáforas no son neutras ni propias de una retórica
que pretende embellecer el lenguaje porque se encuadran en
estrategias lingüísticas que determinan ideas acerca del estado, de
la sociedad, del mercado, del opositor. Y no siendo neutras,
objetivas ni “apolíticas” las metáforas, las mismas se
encuadran –pocas veces- en concepciones ideológicas o –muchas
veces- en seductores recursos instrumentales de propaganda.
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