Por Leonardo Pistonesi
Mientras más nos adentramos en la obra de Jacques Rancière, más difícil resulta clasificarla. La trayectoria trazada por sus escritos lo lleva a visitar los territorios de diversas disciplinas, a reflexionar sobre las aporías de las sociedades contemporáneas desde los puntos de vista de la historia, la lingüística, la pedagogía, la estética y la teoría política. Este gesto transdisciplinario lo conduce a sumergirse en los archivos obreros, a reflexionar sobre los problemas pedagógicos de la actualidad, a pensar la poesía y a ocuparse del cine. Y, a partir de allí, a redefinir los conceptos de estética e igualdad, y a formular nuevas tesis para la política y la democracia.
En efecto, Rancière propone repensar el vínculo entre estética y política. Por un lado, define al “régimen estético del arte” como al sistema que regula la relación entre lo visible y lo decible, entre las palabras y las cosas, y, más aún, entre lo pensable y lo no pensable en un determinado régimen. Por el otro, deriva de ese concepto una dimensión política: el propio orden que establece la distribución de las partes y las funciones de lo social; las jerarquías que instituyen quién tiene derecho dominar en nombre del logos y quién debe obedecer por estar privado de éste. Rancière llamará “policía” a esa determinada configuración jerárquica de las partes de la sociedad. Y llamará “política” al litigio que pone en tela de juicio a ese ordenamiento en nombre de la igualdad. A partir de estos conceptos, Rancière busca reconstruir el proyecto de una política radical, que responda a los desafíos planteados por la posmodernidad.
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