Metástasis del registro
Agustín Acevedo Kanopa
Eje Temático: Estética y Política
Resumen
Tres fotos: el político filipino Reynaldo Dagsa fotografiando por accidente a su asesino; la habitación de la Casa Blanca con Barack Obama, Joe Biden, Hilary Clinton entre otros observando el raíd al escondite de Osama Bin Laden –en el que sólo podemos verlos a ellos viendo el documento/espectáculo, con la presencia del enemigo de estado completamente invisibilizada; el ahorcamiento de Saddam Husein registrado por un celular siguiendo la misma lógica y estética de los truculentos documentos de torturas en la prisión Abu Ghraib. Estas tres fotos recientes, más allá de la metonimia disparada a distintos niveles de enclaves políticos y opinión pública, señalan tres caminos del goce del registro (y del registro del goce) que cincelan nuestro ojo y nuestra misma noción de existencia política: la cámara como personaje, el registro fantasmal/birlado/incompleto y el registro excesivo/obsceno. Estos tres destinos del goce (muchas veces solapados y continuados entre sí) se articulan con el material manejado por Judith Butler en “Marcos de guerra. Las vidas lloradas”. La autora señala cómo en el caso del centro de detención Abu Ghraib “las fotos han funcionado de distintas maneras: como incitación a la brutalidad dentro de la propia cárcel, como amenaza de vergüenza para los prisioneros, como crónica de un crimen de guerra, como alegato a favor de la radical inaceptabilidad de la tortura y como trabajo de archivo y documentación difundido por Internet o mostrado en los museos de Estados Unidos…”. Susan Sontag, a su vez, en “Sobre la fotografía”, duda del papel político de los truculentos registros de guerra, afirmando que la fotografía tiene un valor evocactivo, pero pierde a la hora de no estar inserta en una secuencia narrativa determinada. En los tiempos actuales, cada vez más las dimensiones evocativas, selectivas y narrativas se licúan ante la inmensidad de usos que se disparan y parten de cualquier elemento semiótico. Tiempos de mash-ups, memes y marcos discursivos que disparan una metralla de efectos Kuleschovs, pareciendo lanzarnos al terreno forcluido de la psicosis, donde no hay amarre de un “punto de capitón”, donde cualquier cartografía definida se borra como dibujar en el agua. El neurótico se defiende con un saber sobre la Demanda del Otro, su saber está ligado a un saber que supo encontrar en un significante fálico y que circula alrededor de la sexualidad, qué soy para los otros, etc. Nuestra sociedad, sin un amarre fijo, diluida en un descreimiento de Estados e instituciones, parece catapultarnos al terreno del psicótico, ese saber que “no tiene sujeto supuesto en quien confiar, donde el tejido de este saber le corresponde al sujeto mismo. De allí la necesidad de una errancia infinita que de hecho es como la tarea de una araña que tratara de encapsular preventivamente a un peligroso enemigo del tamaño del mundo” (CONTARDO CALLIGARIS, 1989). La telaraña se teje de un dominio a otro, se extiende de la Internet a la televisión, de la televisión a la radio, de la radio a nosotros y de nosotros a la Internet. Circulamos entre el polo esquizo del “fin de la historia”, de los registros y sus lecturas que parecen borrar con el codo lo que escribieron con la mano; y por otro lado, el polo paranoico, del registro minucioso de todo lo que hacemos, el archivo que da densidad a nuestra existencia, pero que puede eliminarnos en cualquier instante. Estamos en tiempos del espacio político polinizado con lo televisivo, los años de oro de la Televisión de Archivo (TVR, Bendita TV, etc), que más que proteger a la población de los centros de poder, tiene como último efecto dinamitar todo tipo de discurso. El registro suplanta todo, se vuelve nuestra forma de ver el mundo. El turista que se saca fotos a sí mismo en los museos, redes sociales en las que acumulo todo lo que ocurre en mi existencia, un programa que almacena y hace listas de todo lo que escucho en la computadora. El registro escucha las canciones por mí, mira películas por mí, vive por mí. Tiempo de pensar en la creciente espectacularización de la vida pública (tomando términos de Guy Debord) y cómo, en definitiva, estas fotos que disparan tantas pasiones y debates políticos, no están, en definitiva, haciendo política por nosotros.
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