miércoles, 12 de junio de 2013

El Estado Unidimensional: apuntes para una teoría marxista del Estado.

Resúmenes IV Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea (2013)

El Estado Unidimensional: apuntes para una teoría marxista del Estado.
Gabriel Delacoste (Universidad de la República, Uruguay)

Eje temático: Formas Políticas

La tesis de este artículo se reduce básicamente a que la búsqueda de ventajas competitivas en la competencia internacional por el capital con otros Estados desplazó a los resultados de la lucha política en el marco de la autonomía relativa del Estado como la principal explicación de la evolución del Estado, y que esto tiene consecuencias tanto para una teoría de la democracia basada en la autonomía personal y la soberanía del Estado como para cualquier teoría de la acción política que piense en el Estado como ámbito de acción.
Es posible que la tarea de acercarse a una “teoría marxista del Estado” esté condenada al fracaso desde el principio, hasta el punto que Poulantzas advierte que “no puede haber una teoría general del Estado-política”, en tanto una definición general y una descripción abstracta requerirían presuponer que se trata de un objeto con límites claros e inmutables, cosa que como el Estado es una relación social, no podemos hacer.
El marxismo, tanto en sus encarnaciones teóricas como políticas, tuvo siempre una relación contradictoria con el Estado. Si bien desde el propio Marx se lo pensó como la junta directiva de la clase dominante y en su abolición como objetivo último de la práctica revolucionaria, a la hora de plantear estrategias políticas el Estado fue siempre uno de los campos de batalla privilegiados.
Una vez obtenido un grado de control sobre el Estado, lejos de desmantelarlo, los marxistas (tanto socialdemócratas como comunistas) lo apuntalaron y lo intentaron reorientar hacia la construcción de lo nuevo, hacia la transformación de la producción y la sociedad en general. Si este proyecto estuvo condenado al fracaso desde el principio por la naturaleza del Estado o si efectivamente había razones para fantasear con que el Estado podía ser una posición de trascendencia gracias a su autonomía relativa, nunca lo sabremos.
Esta es, a grandes rasgos, la lógica de funcionamiento del Estado moderno según la teoría marxista estructuralista del Estado de Poulantzas: la capacidad de garantía y legitimación del Estado al sistema económico (que es en última instancia su razón de ser) depende de su capacidad de reabsorber a través de una posición de autonomía relativa las demandas, los descontentos y las críticas al sistema, haciendo a este último políticamente sustentable. El capitalismo moderno, de esta manera, necesitaba sistémicamente de la existencia de las condiciones de posibilidad de la crítica política a sí mismo y de la trascendencia con respecto a su funcionamiento básico.
La expansión de los derechos tuvo a lo largo de su historia, por lo tanto, una función central en el sistema económico. Un Estado con autonomía relativa con respecto a la economía, capaz de antagonizarla y regularla con criterios externos a ella misma era paradójicamente necesario para su funcionamiento.
El problema, si tomamos por buena la narración de la historia del Estado moderno como un ciclo largo de expansión de la ciudadanía, los derechos y la democracia gracias a necesidades estructurales del capitalismo, es que este ciclo da señales de agotarse.
Desde los '70, retrocedieron los derechos y las regulaciones económicas, se erosiona el gobierno democrático e incluso se puso en cuestión el vínculo entre la garantía a los derechos civiles, el crecimiento económico y la legitimidad del Estado. Esto hace pensar en un nuevo ciclo en el que los derechos liberales, la democracia y el bienestar ya no parecen condenados a expandirse ni a retroalimentarse entre sí ni con la expansión de la economía capitalista global.
Es difícil para la teoría marxista que piensa al Estado como relativamente autónomo y encargado de cumplir con funciones de legitimación hacerse cargo de esta constatación. Algo tiene que haber pasado en los procesos de producción y en las dinámicas políticas para que las funciones de legitimación del Estado y su capacidad de absorber las demandas y el descontento retrocedieran drásticamente sin que esto desemboque en una crisis sistémica como la que parecería predecir la teoría.
No se intenta decir que ya no existan los derechos civiles, la democracia y las políticas de bienestar. Pero si se puede deducir que la expansión de los derechos ya no dicta más la lógica de la evolución del Estado, es decir, ya no es más una necesidad estructural del sistema. Los derechos pasaron a la defensiva y hoy buscan protegerse de una nueva lógica de evolución del Estado. Más que ser los protagonistas de la narración son reliquias de una etapa anterior que sobrevivirán en tanto puedan adaptarse y ser recicladas y resignificadas para encajar en los imperativos del nuevo ciclo.
A menudo, lo que antes podía ser pensado como una cuestión de justicia o de universalidad (gracias a la autonomía relativa de un Estado planteado como trascendente), hoy es subordinado a la lógica económica de la competitividad. La inversión en educación, la garantía de la salud, el respeto a la libertad de expresión, el libre movimiento de personas y el cumplimento de la ley hoy son defendidos explícitamente como búsquedas de competitividad, hasta tal punto que la manera como se mide la competitividad en el Global Competitiveness Index del Foro Económico Mundial incluye indicadores de cosas que en otra época hubieran sido pensadas como de derechos, como la salud, la educación o la justicia.
Es aquí donde entra el problema de la unidimensionalidad. Allí donde había algo que trascendía (por lo menos relativamente) más allá de lo dado, emerge la unidimensionalidad cuando la oposición entre lo trascendente y lo dado se disuelve, resultando en que lo hasta entonces trascendente pasa a funcionar al interior del sistema. Dice Marcuse:
“Así emerge un patrón de pensamiento y conducta unidimensional en el que las ideas,las aspiraciones y los objetivos que, por su contenido, trascienden el universo establecido del discurso y la acción son o bien repelidos o bien reducidos a los términos de este universo. Son redefinidos por la racionalidad del sistema dado y de su extensión cuantitativa”
No se trata de que los comportamientos, las ideas y los objetivos que fueron planteados originalmente como trascendentes (en este caso, por ejemplo, los derechos o la ciudadanía) hayan desaparecido. Más bien se trata de que fueron redefinidos e incorporados a la racionalidad económica que negaban o trascendían. Es en este sentido que podemos pensar al Estado contemporáneo como unidimensional.
La cuestión de la autonomía relativa del Estado es un tema polémico en la teoría marxista desde el principio, pero nunca fue tan problemática como en estas circunstancias. Porque si en el Estado moderno “autonomía relativa” implicaba que el Estado era un lugar posible desde donde (luchar para) articular crítica, oposición, resistencia o reforma, contemporáneamente es difícil decir que el Estado es capaz de ocupar ese rol al encontrarse constreñido en el corto plazo por los imperativos de la competencia económica. En tanto la democracia moderna, los partidos políticos y los reclamos de buena parte de las organizaciones sociales están profundamente imbricados con lo estatal, es fundamental preguntarse que consecuencias tienen estos desarrollos para las posibilidades de tal cosa como la política y la emancipación humana.



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